sábado, 21 de febrero de 2009

Ella

Ese tipo se ha creído que podía aplastarla como las moscas.
Se lo ha visto en los ojos en cuanto lo ha visto,
igual que ese pose de altanería, apoyado en el coche, mirándola desde la distancia.
Realmente la contraría enormemente tener que golpearle el esternón
antes de poder admirar sus increíbles ojos,
pero sabía desde que lo ha visto en medio de la arena
que no hay salvadores en esta tierra, sino chacales y locos.
Y él no es un loco.
Es un chacal, invisible tras unos modales intachables, un cuerpo de locura, una sonrisa profidén
y unas gafas de la última marca.
Sabe sentir el peligro de lejos, y esta cualidad es la que le ha permitido sobrevivir (que no vivir).
No intenta desabrocharse ni un solo botón de la camisa: él es demasiado listo para esos truquillos de principiante.
Mientras con la caricia de un revés lo deja tumbado en la arena, para asegurarse, echa un vistazo alrededor y coge del coche una navaja de hoja pequeña. Vaya, la estaba esperando con una botella de agua y algunos cigarros.
Como si se conocieran, y no sólo porque coincidían espacio-temporalmente en el mismo país, ciudad, casa y, ocasionalmente, habitación.
El agua tiene un sabor algo distinto, asi que más vale andarse con cuidado y mucho ojo.
Ahora que lo piensa, algunas piezas van encajando mejor en el rompecabezas.
Y por lo que ha podido deducir, ni por asomo piensa dejarles todo el regalo a esos cabrones.
Eliminarla.. como si no hubiera sido por ella por la que estaban y sabían lo que ahora buscaban como cachorros hambrientos.
Sonrisa + idea.
¿Ves?
Pero no le guarda resentimiento, a diferencia de a los otros.
Eso sí, no le confería ninguna ventaja.
Que estuviera tremendamente devorable ahí tirado en el suelo,
respirando arena, con mi bota en su cuello y un hilillo de sangre en una mejilla no significaba que en cualquier momento que una mínima duda la asaltara no bastara para mandarlo a un infierno distinto en el que estaban, al lado de ese coche ardiendo y con el sol que le estaba cocinando el cerebro.
Ahora otras motivaciones la movían, y eran un enigma incluso para ella, pero siempre se había dejado guiar por su instinto y nunca había perdido (excepción hecha con el último negocio/cliente).
Un "bip-bip" llama su atención.
Vienen.
Bien, se lo esperaba.
Relámpago de inseguridad y dilatación de sus venas.
Bien, vamos a planear algo.
Un plan A, B, C y D, porque con estos tíos nunca se sabe.
Sin embargo, tiene una ventaja: conoce su forma de actuar.
Esos machos humanos se confiaron demasiado, y es consciente ahora de la importancia de todas las frases sueltas escuchadas detrás de una cerradura, los códigos escritos en papel milimetrado y hasta las melodías de los teléfonos.
"Se prepara una tormenta de arena", le dicta su cerebro, merced a todas las clases de meteorología que ha estudiado junto con otras "asignaturas" no menos importantes.
El cielo está despejado.
El viento del noroeste va a ser el encargado de poner el escenario.
Las montañas son lo suficientemente altas como para hacer de escudo al viento, pero demasiado lejos para que aparezcan por ahí; aunque ellos no cuentan con su presencia.
O quizá sí, tras ver que sus llamadas no se responden.
Mmm... habrá que hacer algo.
Inspira hondo cada calada, para darse un respiro y arreglarse la ropa.
Él finge estar insconciente, y aunque intenta no mover los ojos por debajo de los párpados,
veo dilatarse los laterales de su nariz para respirar mejor.
Se agacha con sumo cuidado, presionando suavemente con la navaja sobre sus testículos mientras le susurra al oído palabras tranquilizadoras que suenan como látigos al restallar sobre la carne, enumerándole sus opciones y las implicaciones de cada una.
Mientras habla, en los ojos de él se dibuja incluso una lejana sonrisa combinada con los movimientos de unos labios resecos por el calor y la falta de agua.
Hay que reconocer que ese tío no es corriente, como los gustos de ella.

domingo, 15 de febrero de 2009

Relato compartido

La carretera desierta me invita.
El frío de esta noche despejada me mantiene despierta.
El polvo que flota en el ambiente atestigua dónde me encuentro.
En mitad de la nada,
esta nada surcada por una carretera
de interminables kilómetros en línea recta.
Me han abandonado aquí, para que muera lentamente.
Sentada en una piedra con las piernas cruzadas decido mi situación.
¿Correr?
No, agotaría mis fuerzas enseguida.
Luego además está el tema de hacia dónde.
No tengo ni idea de dónde estoy,
mirando alrededor sólo veo arena y más arena.
Y, muy muy en el fondo, montañas rocosas.
¿Dormir?
No, los aullidos de la noche me avisan de que no despertaría.
Déjame pensar...
"Tienes todo el tiempo del mundo para pensar ahora"- me susurra una voz en mi cabeza.
"Cállate. Ni se te ocurra burlarte de mí ahora"- le contesto.
"Esto te lo has buscado. Podrías haberlo evitado, y por tus puñeteros deseos mira dónde nos encontramos ahora. Te odio, estúpida hembra."
Decido no prestarle atención, para no malgastar energías inútilmente en un cabreo sin solución, y me pongo a cavar.
Así mantendré mi calor y tendré un sitio donde pasar la noche y no me caiga la helada que se huele en el aire.
Mierda. Se han llevado mi mechero, y no puedo encender ni una triste hoguera.
Son unos desalmados. Unos jodidos interesados con malas intenciones y trajes de Channel, que cambian a su madre por una bolsa de gusanitos si con eso pueden hacer un negocio.
Tan altaneros, tan déspotas, tan traicioneros.... y tan apetecibles.
Me rasco la nuca, donde aún tengo rastros de la herida de un mordisco.
Sonrío involuntariamente, y estiro las piernas.
"No vas a seducir a nadie ahora, perra, no hay nadie aquí".
Sigo cavando durante otra hora. El reloj es lo único que me han dejado,
aparte de dolores por todo el cuerpo tras la fiesta de anoche.
Y, a pesar de todo, no les guardo rencor.
Los mejores momentos de mi vida los he pasado con ellos,
desde que saliera de aquel bar de carretera siguiendo a un hermano recién encontrado hace ya 8 meses.
Ahora sí hace frío.
Me froto los brazos para entrar en calor, y me tumbo en el hoyo.
Ostia, qué diferencia.
Me apoyo sobre la tierra y me hago un hueco.
Intento respirar despacio,
para no meter más mierda a mis pulmones de la que ya tienen.
Aquí acostada, medio drogada aún, empiezan a venirme recuerdos.
Aquel día que mi padre entró en mi habitación por primera vez.
No me pegó, realmente no había por qué usar la violencia en ese caso.
Ni siquiera cuando le abrí la yugular externa; fue incluso con cariño.
Mi adolescencia, un ir y venir de tíos sin control.
Mis estudios, y las noches eternas empollando para sacar partido al poco dinero que tenía.
Mi graduación, y el profesor de economía mirando desde su coche.
El incendio en el edificio, y los gritos de la policía.
El silencio del gobierno, un chute y el bosque.
El sonido de la articulación atlantoaxial de mi sicario al romperse, encima de mí.
El polvo que me cogieron los pantalones, joder.
El camión que me acabó llevando a esa mierda de bar.
Y mi hermano nuevo, que vino a sacarme de ahí para meterme en fiestas en las que yo era la tarta, y grupos de hombres se turnaban para mí.
La información que obtenía de ellos, y las transcripciones que le daba a mi consanguíneo.
La fama, el dinero, el poder.
La suficiencia, el desprecio y la falta de escrúpulos con las que me curtieron y que me caracterizaban.
La sensación de tener el mundo en tu mano para aplastarlo,
y acostarte a dormir dejándole vivir un día más.
Pero no puedo acordarme de nada de anoche,
y me gustaría saber por qué estoy aquí.
Un insecto vaga por encima de mis botas.
A trompicones, voy alternando sueño con insconsciencia.
Por la mañana, me despierta un rayo de sol que me quema los ojos nada más abrirlos.
Me incorporo.
Tengo la boca seca, pero no tengo agua.
Me duele el pecho, pero me cuesta respirar.
Miro cautelosamente hacia fuera de mi madriguera: parece que no hay nada ni nadie.
Me levanto, dispuesta a salir a buscar algo que comer o beber, aunque sea sangre.