miércoles, 8 de abril de 2009

El fatídico narrador de sinsentidos

Un ladrillo.
Un poco de cemento.
Una paletada.
Otro ladrillo.
Otro poco de cemento.
Otra paletada.
Otro más sobre el anterior.
Más cemento.
Homogeneizo el trabajo con la herramienta.
Sonrío y silbo.
Continúo colocando uno sobre otro,
en perfecta consonancia.
Alineo las esquinas,
quito las sobras,
mido los ángulos.
Se empieza a elevar el muro,
sólido y bien construido.
Es majestuoso.
Me quito el sudor de la frente;
es agotador el trabajo.
Paro un momento y contemplo lo poco que falta.
Estoy cansada, pero satisfecha.
Entonces es cuando llegas tú.
Reluce el martillo en tu hombro.
No quiero creerlo.
Claro que tampoco es la primera vez,
y no me pilla de susto.
Te acercas sin acelerar el paso,
sin decir una palabra.
Me echo hacia atrás.
Es lo único que puedo hacer,
echarme hacia atrás para no dañarme con los trozos
que vuelan por el aire de ladrillo y cemento, aún bien alineados.
Te contemplo.
No hay rabia en tus rítmicos golpes,
no hay desdén en tu mirada,
no hay venganza.
No hay nada, nada mejor que el terror psicológico gratuito.
Y esta vez ni siquiera me gritas.
Ya ni siquiera lloro cuando salto sobre los restos del muro,
después de irte tú.
Nunca me da tiempo a darte las gracias.
Cada muro de cemento y ladrillos derribado por tu martillo
ha creado uno de hormigón en otra parte.
No me sirven las preguntas cuando sólo hay hechos.
Además, estoy muy cansada.
Demasiado cansada, otra vez más.
¿Hasta cuándo?

3 comentarios:

  1. Fascinante. Creo que esto tendría que leerlo mucha gente.

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  2. Si escribo, lo que pasa es que utilizo el blog de mareaxenaterra.blogspot.com.

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  3. =)

    Ese muro no debería estar ahí.

    Tal vez no debas construirlo.

    ...

    Si lo tiran, es porque así puede llegar la luz hasta ti.

    Deja de sudar, deja de sentirte orgullosa por tu muro, deja el hormigón... no cierres el espacio, déjalo abierto y corre por él. ¡Sé libre!

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