jueves, 28 de julio de 2011

Inexplicación previsible inevitable

Un bonito paisaje de muros y murallas se extiende majestuoso e incognoscible ante tus ojos.
A vista de pájaro, verías los muros casi avanzar hacia tí, mientras tú estás sentada en el suelo, mirándolos, satisfecha.

La belleza de la piedra tallada y construida te enmudece, te mantiene en un estado de hipnosis que ni los truenos de la tormenta que se aproxima consiguen vencer.
Sigues sentada, de piernas cruzadas, enredando los cordones de los zapatos en tus dedos, oliendo la electricidad del ambiente mezclada con la humedad del suelo y la tuya propia, sin ninguna intención de moverte.

Oyes a lo lejos ruidos de cascos de caballos, aunque ni siquiera levantas la cabeza porque sabes que no podrá entrar, dará media vuelta en el primer o segundo muro, dejándote sola y a salvo, tranquila otra vez.

Suspiras de alivio al oírlo alejarse; no ha podido. Te tumbas sobre la hierba fresca, mientras el viento frío de lluvia va haciéndose más evidente.
Cierras los ojos, respira hondo: Esta nada es tuya otra vez, y sólo tuya. Te protege de mucho más de lo que cualquier arma de fuego podría hacerlo.

Comienzan a caer pequeñas gotas seguidas, que te mojan la nariz y el pelo, las manos y la ropa, y te desnudas tras los muros, saltando y caminando entre el césped.
La lluvia empieza a arreciar, más fuerte cada vez, empapando tu muda sonrisa al compás de los relámpagos.

De pronto, detienes tu baile: Has oído un caballo que se acerca rápidamente bajo la tormenta. No haces caso, sabes que se irá o rodeará los muros. Nadie conoce lo que hay detrás; nadie sabe de tu existencia, tranquila.

Oyes un golpe en el muro, y una voz hablando al viento. Quédate callada, no delates tu presencia: puedes hacer lo de siempre, haz ruido al otro lado, llévalo al camino y se irá.
No parece importarle al desconocido, que tras callar un momento renueva sus golpes y eleva su tono, llamando.

La curiosidad puede más que el miedo, y te acercas al muro en el que golpea. Apoyas la cabeza, y escuchas lo que dice unos segundos.
Aún no se va, ya se cansará. Sigues escuchando las floridas palabras que recita pidiendo entrar a cambio de agua;"¡si fuera llueve mucho!"- piensas.

El desconocido sigue empeñado en entrar, y al alejarte del muro haces un ruido con los pies, que ha escuchado.
Te quedas mirando con los ojos agrandados por el miedo, pero no puedes dejar de escuchar. Sigue golpeando con fuerza, ahora ha cambiado el tono por uno mucho más tranquilo.

Por un momento, te preguntas qué pasaría si abrieses. Sólo un muro, sólo uno.
Quedan muchos más, ¿no? Te acercas a la puerta muerta de miedo, llevada sólo por tus pies que se empeñan en ir hacia allí.
Vuelves a intentar escuchar tras las piedras, y oyes en voz baja el susurro de tu nombre pronuciado con esa voz tan intensa.

¿Y si...? Abres. Muy tarde para echarte atrás, tus sentidos ya han decidido por tí y les obedeces...
Como si tuvieses.
Como si mandasen.
Como si lo recordasen.
Como si tuvieses otra elección...

Ahora, seamos amables... si recuerdas cómo se hacía (improvisaremos).
El recién llegado blande una sonrisa y te saluda con una inclinación de cabeza.

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