sábado, 17 de enero de 2009

El lobo

El rugido que sale de mi garganta hace temblar los pilares del edificio.
Se eleva más y más en este aire gélido de noche,
aire de soledad, amargura y vacío.
Vuelvo a rugir mientras me destrozo las cuerdas vocales,
y la sangre resbala rápida hasta mi estómago.
Está caliente.
Es el único calor que siento en mucho tiempo.
Cruzo la carretera
y a cada paso
siento que voy muriendo un poco más.
En realidad ya estoy muerta, pero alguien se empeña en hacerme creer lo contrario
para divertirse con mi sufrimiento, mis amargas sorpresas y mi llanto.
Los lobos salvajes de mi interior están sedientos.
Sedientos de sangre y violencia.
Miran a través de unos ojos que no son míos con la mirada del cazador.
¿Soy cazador o presa?
Un brillo diabólico sale por mis pupilas.
La sonrisa que dibujo no sé si tiene más de agresividad o de muerte.
Quiero sentir cómo se despedaza vuestra carne entre mis dientes
mientras gritáis despavoridos
un poco de perdón;
¡¡Se me llevan los demonios!!
¡¡¡Cállate, maldita sea, que acrecentas mi odio a cada palabra!!!
¡¡¡Yo no quiero odiarte!!
¡¡No quiero!!
¿Pero qué coño te hace suponer que voy a escuchar tus gritos de ayuda cuando tú has olvidado los míos tanto tiempo??
Me tenías al lado.
¡¡Y me ignoraste!!
Aprieto los dientes sobre cada una de tus heridas, clavándolos.
Una furia inmensa me recorre como un escalofrío
y agito la cabeza hacia los lados poseída por la fiebre de la lucha.
Me hablas y escupo en tus palabras.
Pero son los recuerdos los que me impiden destrozarte como casi haces tú conmigo.
No es benevolencia ni piedad.
Es...
¿qué es?
¿debilidad, incapacidad?
las notas de un piano suenan en mis oídos...
siento un hachazo en lo más profundo de mi ser.
¡¡No puedo hacerlo!!
Sin embargo tampoco me salen las lágrimas...
No me das ninguna pena, ahí tirado en el suelo desangrándote por las flagrantes heridas que te he provocado...
pero ese piano...
¡¡sigue aquí!!
y maldita sea.... cada nota se me clava como una bala.
Y en ese momento, mi lobo decide retirarse.
Ya no brilla la maldad en mí.
La sangre se ha secado de mis dientes.
Y lo que queda es un despojo.
Huyo a mi madriguera.
Aún no he acabado contigo.
Una batalla no es la guerra.

1 comentario:

  1. Haz alimento aquello que te hace daño. La ira puede saber muy bien... y llenar el estómago.

    #47

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